En una pequeña vivienda de la parroquia de Poaló (provincia de Cotopaxi, Ecuador), nos recibe Marcela Choloquinga. Su comunidad se encuentra en una zona a unos 3.900 metros sobre el nivel del mar. Mientras se oye a un bebé llorar, nos habla con seguridad sobre su territorio comunal, entregado en usufructo hace más de 20 años a cada uno de los comuneros para realizar actividades agrícolas y pecuarias. Pero su voz se vuelve quebradiza cuando nos habla sobre su historia personal: “Antes de cumplir 17 años, mi madre me obligó a casarme con un chico que no conocía y que no me quería. Sufrí mucho, escapé decenas de veces del que ahora es mi exmarido, que intentaba matarme…”. Hace una breve pausa para secarse las lágrimas con su chal de lana, y continúa: “Pero esa vida matrimonial tan dura que sufrí, me dio mayor fuerza para seguir adelante”.
Seis de cada diez mujeres ecuatorianas de entre 15 y 64 años ha vivido algún tipo de violencia de género. Más del 50% ha sufrido violencia psicológica o emocional. Ecuador ha ratificado acuerdos internacionales y cuenta con marcos normativos y legales para erradicar este tipo de violencia que, aún con todo, persiste.
La violencia de género contra las mujeres indígenas
Las mujeres indígenas y afroecuatorianas de la sierra y la costa padecen el mayor índice de violencia en Ecuador (supera el 60%, con un 90% de violencia intrafamiliar). Lo sabe muy bien Cecilia Velasque, subcoordinadora del Movimiento Indígena Nacional Pachakutik: “En Ecuador hay un índice demasiado elevado de violencia intrafamiliar, han aumentado las muertes de compañeras. En la sierra y costa ecuatoriana existe un alto índice de feminicidios”.
Para cambiar esta situación, la ONG Paz y Desarrollo sigue una estrategia integral de doble vía: por un lado, lideresas y mujeres contribuyen a la erradicación de la violencia en sus comunidades mediante procesos de formación en derechos civiles y políticos, económicos y derechos sexuales y reproductivos. Por otro, se da un impulso a políticas públicas locales, mejorando las capacidades de las instituciones públicas. De hecho, la construcción de la agendas de las mujeres ha sido una herramienta eficaz para exigir sus derechos y demandas, y ha permitido que algunos Gobiernos Autónomos Descentralizados (GAD) cuenten con presupuesto y ordenanzas específicas que son un avance hacia la consecución de sus derechos.
El poder de las mujeres lideresas
Aún con esta realidad, existen mujeres indígenas que tuvieron siempre claro que querían participar de las decisiones de su comunidad. “Mi objetivo desde los 15 años era ser líder, pero no lo logré, me casé a edad muy temprana”, nos cuenta Ena Santi, dirigenta de la Organización de Mujeres del pueblo Kichwa de Sarayaku, en la provincia de Pastaza. “Mi esposo me tenía debajo de él, pero me dio una educación para culminar el bachillerato. Era un hombre que trabajaba con organizaciones ejecutando proyectos, y un día me dijo ‘tú tienes que participar en las capacitaciones, porque tú tienes capacidad de liderar’. Los esposos intentan siempre que las mujeres no acudan a las capacitaciones. ¿Por qué? Entre otros motivos, hay hombres que ni saben usar una olla ni cocinar su propia comida, y exigen que su mujer lo haga. Aunque vamos avanzando, ya hay compañeras que están participando en asambleas de su pueblo. Al igual que yo he sido formada, quiero continuar formando a otras mujeres amazónicas”.
La experiencia de Martha Ledesma (lideresa de la Asamblea Cantonal de Mujeres de Eloy Alfaro y presidenta del Cabildo de la comunidad La Loma, de la parroquia Borbón, Esmeraldas) habla sobre esas capacitaciones: “Las capacitaciones ayudan tanto a la mujer acá… La plata no lo es todo, una
charla a la que acude una mujer la hace sentir contenta. Cuando comencé a acudir a estos talleres, venía con miedo, y pensaba que ‘a los hombres hay que respetarlos, ¿cómo iba yo a salir sin el permiso de mi marido?’. Sin embargo, lo hemos convertido en oportunidad ya que conversamos con nuestros maridos e hijos lo aprendido en estos talleres y, por ende, al resto de la comunidad y las mujeres. Es muy bonito ver cómo llegas a un lugar donde te salen a saludar las mujeres con naturalidad, cuando antes se escondían. Primero salía el marido para preguntarnos por qué queríamos hablar con ellas y estar presente en todo momento de nuestra charla con ellas. Eso ha ido cambiando”.
“Al fortalecer sus capacidades para la exigibilidad de sus derechos, aumentaron su empoderamiento y por tanto su participación política”, nos explica María Elena Alconchel, directora de cooperación de Paz y Desarrollo. Y continúa: “La organización y el empoderamiento de mujeres está logrando que se transversalice el enfoque de género en otras políticas públicas nacionales en ámbitos como el de la seguridad. Otra consecuencia de estas capacitaciones conlleva la mejora de los lazos entre mujeres, lo que llamamos sororidad, y que redunda en una mayor cohesión social”.
Los retos a futuro
Los retos son muchos y caminamos firmes hacia ellos. Trabajar en el cambio de patrones socioculturales es una tarea difícil que necesita ser abordada desde la infancia y juventud; involucrar a los hombres para definir nuevas masculinidades y acompañar todos los procesos de incidencia política y social con estrategias que garanticen la autonomía económica de mujeres es fundamental. Katty Betancourt, dirigente nacional de la mujer de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE), nos explica otros objetivos pendientes: “Los retos internos tienen que ver con el hecho de que nuestras organizaciones y autoridades, que todavía están en manos masculinas, puedan aceptar la importancia de la participación femenina. Y, de forma externa, el Estado debe implementar políticas públicas que fortalezcan nuestras etnias, costumbres, pueblos y nacionalidades y su autodeterminación”.
Este artículo fue publicado originalmente el pasado 07/03/2018 en Lamarea.com
(*) Imagen de Walker Vizcaya