Las políticas migratorias y de asilo que practica actualmente la Unión Europea están muy lejos de la idílica idea de la Europa de acogida que vendieron los fundadores y hacían sacar pecho con las Declaraciones y Directrices en los organismo internacionales. La vulneración de los Derechos Humanos, convenciones y tratados internacionales, se han convertido en un actuar cotidiano en lugar de alguna excepción. Aplicando políticas silenciosas se han puesto en marcha diversas medidas que hacen dudar seriamente de nuestros gobernantes europeos: las ilegales expulsiones sumarias en caliente, las operaciones de control de FRONTEX, la imposibilidad de solicitar protección internacional en las embajadas y consulados, la concentración en deportaciones obligadas a Turquía de los refugiaos sirios, los refuerzos de alambradas y vallas con concertinas en todos los países europeos, hacen que pensemos en el crecimiento de una política de cierre de fronteras argumentada en el trueque de Seguridad por Libertad de movimientos.
Mientras la guerra sacude oriente próximo y millones de habitantes de Siria, Afganistán e Irak contemplan estupefactos el trato que reciben de las autoridades europeas, los países miembros incumplen su compromiso de asilo y refugio condenando a la oscuridad turca la atención de las personas que huyen del horror. Las economías empobrecidas de los países empobrecidos de África continúan generando flujos migratorios en busca de una vida mejor siendo reprimidos y deportados por nuestras policías de frontera europea (también la española), con las expulsiones ilegales en caliente o con el internamiento en Centros para inmigrantes con un sistema carcelario.
Acusados de ilegales, cuando realmente son indocumentados, no se aplican políticas de acogida, atención e integración, sino todo lo contrario: deportación, encierro y castigo. Ninguna persona es ilegal, ningún ser humano es ni puede ser “ilegal”. Afrontar el problema de la inmigración y el asilo con medidas represoras dice mucho de nosotros como especie. Si alguien nos observara desde el Universo no saldría de su asombro al contemplar lo poco solidarios de la especie humana.
Hemos de protestar y denunciar esta impunidad con la que actúan nuestros gobiernos sentados en sus butacas del bienestar. Tenemos que demandar el cumplimiento universal de los Derechos Humanos y la aplicación de la solidaridad internacional entre los pueblos y personas. Estamos obligados a hacer valer la dignidad de las personas que habitan el Planeta y nadie puede sustraer, amparado en ningún argumento, el derecho a la vida y a la movilidad de aquellos que huyen de las guerras, del hambre, de la trata o del tráfico de personas, de los efectos del cambio climático o de la violencia.
Aplicar medidas de solidaridad y cooperación reales en los países emisores, controlar la redistribución de la riqueza que permita un desarrollo igualitario y sostenible, abrir las fronteras para garantizar una mejor vida de aquellas personas que lo están pasando mal. O nos salvamos todos o perecemos todos. Necesitamos gobernantes que piensen como especie y no como poderosos que controlan una parte importante de la tarta que hay que preservar a toda costa.
No podremos ser felices si nuestros semejantes no lo son, ni podremos ser libres mientras una gran parte de la población vive enclaustrada en la guerra, la miseria y el hambre. Mirar para otro lado, recurrir al discurso fácil de resguardar nuestros privilegios, bloquear su acceso y cerrar fronteras permitiendo que miles de ellos mueran en el intento, dicen muy poco de nosotros. Por eso saludamos acciones como la Caravana Abriendo Fronteras que a mediados de Julio realizará una movilización hacia Melilla reivindicando los temas que he señalado arriba. Son un símbolo de esperanza frente al desdichado actuar de los gobiernos europeos.
Artículo publicado originalmente en El Mundo Financiero por nuestro director Francisco Pineda Zamorano*.
* Experto en Relaciones Internacionales y Cooperación al Desarrollo.